miércoles, 29 de julio de 2009

Mi vecino es John Jairo Cullen


Después de haber leído Twilight, me quedó en la mente que los vampiros sí existen, es más, uno de ellos vive junto al lado de mi apartamento. Pero éste no es el típico vampiro que describe Stephenie Meyer en sus novelas. Esta es la versión Cachaco-dark-Underground Style de un chupasangre. En principio, tiene ciertas características que comparte con los misteriosos habitantes del pequeño pueblo de Forks. Es como si Carlisle Cullen se fue de rumba de Springbreak a Cartagena, y allá sació su sed de sangre con un tipejo Bogotano ebrio. La blancura extrema, los ojos oscuros, ropa negra, una mirada misteriosa y la delgadez raquítica de un prisionero judío en Auschwitz. No es joda, el tipo da miedo.

Por cosas de la vida, siempre que me consigo a John Jairo es en el ascensor. Y peor aún, siempre me lo consigo, o a muy altas horas de la noche, o muy temprano en la mañana (algo que corrobora mi teoría vampírica). Imagínense llegar a las 4:30 de la mañana después de una noche perfectamente decadente de rumba y whisky, confiado de que lo único que nos vamos a conseguir es la cama para dormir la pea, que de repente, al abrirse el ascensor, ¡sorpresa!. Está John Jairo parado con su cara pálida y ojos ojerosos de muerto viviente, esperándome en la puerta de mi casa. Da pena, pero en verdad, no puedo ocultar el miedo y la impresión que me da verlo a esas horas de la vida. Con la boca seca y el corazón palpitante, sale un buenas noches tímido que John Jairo devuelve con una gesto tenue y amarillento que, supongo, fue la mueca de una sonrisa, acompañada de un hasta luego. Si no fuese porque en contadas ocasiones lo he visto expuesto al sol (y no resplandece como los Cullen), en verdad pensaría que es un autentico vampiro. Sólo por precaución, la próxima vez que salga a rumbear, me recordare de llevar un crucifijo, un frasquito de agua bendita y una cabeza de ajo metidos en el saco, no vaya a ser que agarre a John Jairo con hambre y me chupe la sangre.

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